Cuando el Papa Francisco deja los papeles, se le desata la boca y “arma el lío”. Y no solo con los periodistas durante los vuelos de sus viajes, sino también en cualquier momento del día. Habla claro y alto; da titulares, sin pretenderlo. Y la gente se entera. ( Aún recordamos cuando Benedicto XVI, por sorpresa, en un consistorio ordinario de cardenales, y en latín, anunció su histórica renuncia. No se enteraron a la primera, porque ya ni se acordaban del latín). A Francisco se le entiende muy bien cuando habla en español o italiano, sus lenguas nodrizas. No es hombre de lenguas. Y por eso no hace gala de políglota. Se acabó eso de felicitar la Pascua en 90 idiomas para congraciarse o levantar el ánimo de los que lo escuchan en la Plaza de San Pedro. Sus frases, dichas con claridad espantosa, han puesto en estado de alarma a los ortodoxos de la doctrina, Algunas de sus afirmaciones, dichas en otros siglos, hubieran sido motivo de persecución y proceso acusatorio. ( Y no tantos siglos. Solo hay que recordar el Credo Antimodernista de Pio X, ya en siglo XX). Decía Unamuno: “ La lengua no es la envoltura del pensamiento sino el pensamiento mismo”. Y es que el Papa piensa así y habla lo que piensa, pensando también lo que dice…En el fondo lo que pretenden quienes se quejan es “amordazar” el pensamiento.
En ocasiones pone en un brete a quienes con fiereza siempre afirmaron con voz atronadora que “Roma locuta, causa finita” y que “Pedro habla por boca de León”, refiriéndose a la intervención del Papa León Magno en el siglo V, cerrando cuestiones teológicas y dando argumentos a los que en el XIX estaban en la bancada a favor del dogma de la Infalibilidad Pontificia. En el Vaticano han sonado las alarmas. Ya hay quien comienza a proponer que se estudie si lo que el Papa dice en una conversación tiene el mismo lugar en el Magisterio Pontificio que lo que dice en una Encíclica, Carta Apostólica o texto leído desde la “cátedra” como Vicario de Pedro o Vicario de Cristo.
Con Francisco parece que la cosa no es igual para los intérpretes del lenguaje teológico, los amigos de la hermenéutica. Y han empezado a decirle “porteño”, “parlanchín”, “peronista”…Y otros, con más aviesa forma, muestran su desacuerdo permaneciendo en silencio, pero con una mueca y una sonrisa socarrona. Y todo porque, cuando habla, dice lo que piensa en lenguaje que la gente del pueblo pueda entenderlo. La Iglesia adolece en su discurso de esa manera de hablar que logre hacerse entender.
Pero ya sabemos. Hay lenguajes para todo. El científico y el literario; el técnico y el populista; el periodístico y el eclesiástico; el magisterial y el pastoral…Los teólogos afinan más. Es bien conocido el ejemplo de aquel jesuita que viajaba en tren con un dominico. Uno a otro pregunta: “¿ Se puede rezar fumando o se puede fumar rezando?“. Y según la respuesta…así se fijaba la verdad teológica. Otros preferían hacerlo de forma más patriótica. Y recuerdan lo que dijo, o dicen que dijo, el Emperador Carlos sobre qué lengua había que usar en cada momento: “Para hablar a los caballos, en alemán; a las mujeres , en francés y a Dios en español…”
El lenguaje de la calle o el lenguaje de la Real Academia. Hubo un escritor argentino, Roberto Arlt (1900-1942), que vivía en el barrio ” Flores”, de Buenos Aires, el mismo en el que nació y se crió Bergoglio en los mismos años en que el novelista vivía allí. Sus novelas estaban escritas “dándole patadas a la gramática, con el lenguaje del pueblo”. Y le llovían las críticas de los “popes literarios bonaerenses”. Sin embargo, su columna “ Aguafuertes porteñas” en el Diario El Mundo, eran la sección más leida y valorada de aquellos años en Argentina. Juan Carlos Onetti, en el prólogo que le hace a su novela “ El juguete rabioso” habla del carácter de este periodista y escritor, o novelista. Y sale al frente de las críticas que le hacían por no usar bien la gramática y abusar del lenguaje del pueblo. Y es que, como dice Onetti “Su triunfo fue que el hombre común, el pequeño y pequeñísimo burgués de las calles de Buenos Aires, el oficinista, el dueño de un negocio raído, el enorme porcentaje de amargos y descreídos, podían leer sus propios pensamientos, tristezas, ilusiones pálidas adivinadas y dichas en su lenguaje de todos los días”.
Quizás sea este y no otro el triunfo de este Papa cuando habla. La gente lo entiende…Ahora habrá que estudiar cómo se traduce porque el lenguaje también es fuente de malos entendidos. Que se lo pregunten a Ratzinger en Ratisbona, con motivo de aquellas palabras suyas, mal traducidas y que soliviantaron al mundo islámico. Así que lo mejor es dejar los márgenes desembarazados y no amordazar al Papa.